Anteriormente se hacían piezas redondas y grandes que se iban rebanando según las necesidades. El pan duraba una semana o más días, pero poco a poco se iba secando, entonces,
(muchas veces tras tostarlo en las brasas) se le daba
(y se le da, si gusta) un refregón con ajo crudo, se untaba con tomate maduro, jugoso y se aliñaba con aceite de oliva para comerlo con alguno de los embutidos caseros o con arenques. Todo esto está tan rico que va a perdurar por los siglos de los siglos
También era
(y es) una deliciosa merienda empapado en vino tinto y cubierto con azúcar
(en mi época, mi recuerdo es con vino del Priorato) o simplemente con aceite y azúcar o sal y chocolate; igualmente, los picatostes secos se mojaban en la leche azucarada del desayuno
(sopes de pa)
Una rebanada tierna, bien cubierta con natas de hervir la leche y bien espolvoreada de azúcar, para mi, era ya lo más de lo más. Las natas frías estaban buenísimas, pero si las pillaba aún tibias y rezumantes, aquello era el delirio.
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