Me pregunto como sería el pan, no ya de mi pueblo, sino de mi casa. Y es algo que está claro que nunca sabré.
Pero estos dias por fin me decidí a ir desempolvando el viejo horno de la abuela, el que se usaba de verdad.
Para mi sorpresa el estado es mejor de lo que esperaba y, ya que he dado el primer paso creo que algún dia, próximo, debiera de empezar a vivir su nueva etapa.
Al ponerme a limpiarlo por dentro, al principio de forma inconsciente, no me he dado cuenta de que lo que estaba haciendo es remover parte de la historia, de su historia. Como si fuera Pompeya, allí dormía la memoria del último fuego cristalizado en cenizas. Y me di cuenta que estaba siendo un poco entre arqueólogo y profanador de tumbas. Qué sensación más extraña. Estaba tocando algo que debió de arder hace unos 40 años como mínimo, que según me cuenta algún vecino, fue cuando se empezó a vender pan de forma ambulante en el pueblo. Antes cada cual se cocía su pan.
Algo que de repente se deja de usar, sin más, se olvida.
Me ha impresionado, y me han dado ganas de guardarlo en una urna, o de devolverlo al bosque. Aunque finalmente no soy tan mitómano y creo que simplemente pasará a la huerta para hacer crecer "lechugas à l'ancienne".
No sé como era el pan de entonces, pero si como era su fuego. O al menos su ceniza

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