Unas fotillos del horno moruno más antiguo de todos los que funcionan en Alfacar.

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En 1835 se contabilizaron en Alfacar 12 hornos y éste fue uno de ellos. Trabajado hoy por la cuarta generación de panaderos, Miguel nos contó cómo es su trabajo cada día. Su jornada da comienzo a las 2 de la madrugada y se prolonga hasta bien entrada la mañana. Empieza encendiendo el horno para que vaya cogiendo temperatura. Quemará leña durante unas 3 horas antes de entrar la primera hornada. Empezando por las tortas o saladillas con una temperatura muy elevada para posteriormente dar paso a los panes: hogazas, bollos, roscos y roscas, que son los cuatro formatos típicos de la zona, todos ellos formados a mano y a partir de una misma masa.
La entrada del horno, boquilla, se cierra con una puerta metálica de guillotina, que en sus orígenes fue de tapadera y por la que actualmente sólo se introducen los productos para la cocción, ya que en el lado izquierdo dispone de otra boquilla que se utiliza para introducir la leña. Es la que aparece en la foto tomada desde la boquilla principal, aunque la leña no arde porque en este momento el panadero está metiéndole los troncos para avivar el fuego, troncos siempre de olivo o encina.
Para medir la temperatura del horno, hoy disponen de un termómetro instalado no hace mucho tiempo en la parte exterior, pero antiguamente la temperatura la marcaba la bóveda: se iba calantando desde el centro hacia abajo al tiempo que su color lucía blanco, pero muy blanco. A medida que el horno se iba calentando, el color blanco iba bajado desde el centro de la bóveda hasta el final de la misma, donde se une al suelo de piedra. Se puede ver en la foto de la boquilla lateral cómo el color blanco de la bóveda no llega hasta la unión con la piedra del suelo, lo cual significa que no tiene la temperatura óptima para hornear. Además de esto, algunos panaderos echaban agua sobre el suelo del horno para comprobar la temperatura; otros escupían en la entrada del horno, Sin comentarios. Pero agradezco mucho la idea de poner un termómetro para comprobar la temperatura.
Muy atrevida yo, llegué a comentarle a Miguel que me encantaría pasar una noche con él en la panadería (¡qué ocurrencia la mía, con lo mal que suena esto!

) para ver cómo era una jornada de trabajo suya, a lo que contestó que no había ningún problema, que el día que me viniera bien tenía las puertas abiertas desde las 2 de la madrugada, que es cuando empieza su faena. Claro, en este momento me acordé yo de muchas personas, pero mira tú, principalmente de uno que tanto le gusta este tipo de visitas y después nos cuenta sus crónicas de la forma que sólo él sabe hacerlo. No digo su nombre porque todos sabéis de quien se trata.
Bueno, esta historia da para mucho hablar, pero colorín colorado, este cuento se ha acabado, espero que lo hayáis disfrutado. Yo lo disfruté muchísimo
